La festividad del Amaya Uru, conocida en la religión católica como “Todos los Santos”, es la celebración ritual más importante del mes de noviembre para los pueblos andinos. Es una fiesta en la que las familias se reúnen para honrar y recordar a quienes ya han partido hacia otra vida. Según la tradición, en estas fechas, los ancestros retornan al espacio de los vivos y son recibidos con una mesa ritual especialmente preparada para su llegada.
En Peñalolén, esta ceremonia se celebra desde hace tres años en el Centro de Pueblos Originarios, ubicado en Avenida José Arrieta #7659, y está abierta a todo público, por eso esta nota nace con el objetivo de dar a conocer la cosmovisión de muerte en el pueblo Aymara y poder informar a la comunidad sobre esta ceremonia completamente gratuita.
La información presentada es dada a conocer con el patrocinio del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social, la Secretaría General de Gobierno (Segegob) y el Consejo Regional. Con el fin de promover la difusión de temas culturales y comunitarios relevantes, incentivando la participación ciudadana y el conocimiento sobre las tradiciones locales, como en esta oportunidad es la ceremonia del Amaya Uru, en Peñalolén.
Andrea Tirado, representante Aymara del Centro de Pueblos Originarios, destaca la importancia de esta festividad para su pueblo:
“Para el pueblo Aymara es muy importante esta fiesta porque, una vez al año, conmemoramos a nuestros ancestros. Si ellos no hubieran pasado por esta Pacha, nosotros no estaríamos en esta vida. Aantasiyani, nosotros como pueblo Aymara los recordamos todos los días, pero este es un día muy especial porque los agasajamos. Ellos viajan desde la Arak Pacha hacia esta Pacha, y realmente todo este mes es para ellos, para conmemorarlos”.
¿Cómo los peñalolinos pueden participar en este ritual?
Andrea explica que esta ceremonia es abierta a la comunidad, e invita a los vecinos a integrarse a ella:
“Quince días antes promocionamos esta ceremonia e invitamos a todos los vecinos. Ellos deben traer cosas que les hayan gustado a sus difuntos o simplemente su foto para recordarlos”.
El ritual y su simbolismo
El Amaya Uru sigue un proceso ritual bien definido. Andrea nos detalla:
“Montamos un altar donde, en la parte superior, están nuestros achachis (nuestros tatarabuelos). Cada escalón del altar simboliza algo importante: la Akapacha (el mundo de los vivos), el Arak Pacha (el mundo de los espíritus) y la conexión entre ambos. En la base del altar se colocan las fotos de nuestros difuntos”.
Los elementos del altar, elaborados con pan, son conocidos como los tantawawa, pan tradicional que se consume en el día de todos los santos y difuntos y se prepara con harina de trigo, caramelos de colores y que tienen significados profundos para la cultura Aymara.
- La escalera: simboliza el camino que los difuntos utilizan para bajar al mundo de los vivos.
- El caballo y el llamito: representan los medios de transporte de los difuntos y los víveres que les son ofrecidos.
- Tantawawa: son panes con mascara que representan al difunto
- Tantapaloma: representa al espíritu santo
- El bizcocho: masa dulce que representa el ataúd
- tantaluna: tiene connotaciones espirituales relacionadas con la conexión entre el mundo de los vivos y el de los espíritus, representando la guía y el ciclo de la vida y la muerte.
- La Cruz: representa a Jesucristo
La ceremonia culmina con una comida típica Aymara y música de caporales, como una expresión de alegría y conmemoración a los difuntos.
Conocer y valorar la cultura indígena:
Jaqueline González, una de las asistentes al ritual, compartió qué la motivó a asistir a esta ceremonia.
“Me interesa aprender más sobre la riqueza cultural de los pueblos indígenas de nuestro país. El Amaya Uru no solo es una celebración espiritual, sino también una oportunidad poder acercarse a las tradiciones y cosmovisión de los pueblos originarios, enriqueciendo el entendimiento cultural hacia el pueblo Aymara que en general no es tan conocido”.
De esta manera podemos entender cómo honrar a los difuntos y establecer una conexión simbólica entre el mundo de los vivos y los espíritus, refleja el profundo respeto que el pueblo Aymara tiene hacia la naturaleza y el ciclo de la vida y la muerte.
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